martes, 14 de julio de 2015

Cómo olvidar unas tetas

Cuando te fuiste,
rebusqué en lo que yo consideré
en algún tiempo
“la caja de Pandora de las rupturas”.
Pero no encontré
manera alguna
de que esta dejara de ser la más dura.
Finalmente,
me decidí a remover
trucos y canciones,
puentes y transiciones,
cerveza y noches,
con tal de hacerte desaparecer
de mi inconsciente
tal y como desapareciste
de mi cama.

Lo primero fue
dejar de pensarte.

La manera en que actuaste
no me lo puso fácil.
Tampoco tus pasos,
ni tu boca,
ni tus dedos,
ni tu culo.

Lo segundo fue aceptar
la dificultad de encontrar
alguien que causara
la mayor de mis metamorfosis.
En loba,
por supuesto.

Busqué entre los alaridos
que me habías arrancado
hacía algunos meses,
pero no encontré más
que algo de sexo limpio,
camas hechas,
ropa interior ordenada
y un tinte de “niña buena” repugnante.

Me decepcioné,
ciertamente.
No nos recordaba
tan repelentes.
El tercer paso consistió
en la certeza de que
no
tenía
ni
idea.
Nada,
en general.
No sabía de qué acababa de salir,
ni lo que buscaba,
ni siquiera sabía ya
si me gustaba algo
que no fueran tus tetas.

Fumigaste mi cabeza.
Entre cada una de mis ideas
introdujiste aquel asqueroso pesticida
que llamabas “amor”.
Todo con el objeto de eliminar
cualquier atisbo de recuperación
emocional o sexual
que pudiera lograr
cuando te marcharas.

Fuiste cruel.
No por quererme,
ni por hacer que te quisiera.
Eso,
al fin y al cabo,
se hace de una manera o de otra.

Realmente,
lo que peor llevo
de que te fueras,
es que no me dejaras
despedirme de tu culo.

Lo mejor,
sin embargo,
es que ya no me acuerdo
de tus tetas.








No hay comentarios:

Publicar un comentario