lunes, 29 de septiembre de 2014

Cuore

Nos preocupamos demasiado. Y no es que yo no lo haga, ni mucho menos, simplemente he llegado a esta conclusión hoy. Sí, hoy, el último lunes de septiembre. Con un par.

Nos preocupan las subidas y las bajadas, y no precisamente las de esa vecina tan atractiva que tenemos. Nos preocupan los atascos, engordar, llegar tarde, invertir mal el tiempo, desaprovechar el espacio, dar la mano y salir corriendo. Sin embargo, olvidamos poner la radio para ver si tenemos suerte y suena esa canción tan maravillosa, el placer de comer, el paisaje, ese amigo con el que te encuentras y charlas un rato, mirar a los ojos... Olvidamos volver a llamar, olvidamos mandar un mensaje, olvidamos acordarnos de esa persona, o mucho peor: olvidamos hacerle ver que nos hemos acordado de ella. Hoy he descubierto que la excusa que llevamos tiempo poniéndonos (la madurez, la rutina) no es más que una patraña. Una más, como la de “no eres tú, soy yo”. Me he dado cuenta de la cantidad de cosas valiosísimas que dejamos escapar a lo largo del día, de los meses, de los años.

El hecho es que extraño la infancia. Echo de menos preguntarme, como bien dice el cantautor, qué cuentan las ovejas antes de dormir, o maravillarme al ver florecer los jardines.
Por supuesto que la edad trae cosas buenas, pero la llegada del otoño siempre despierta en mi corazón esta nostalgia de la niñez tan sana y tan necesaria de vez en cuando.



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