Qué paradójico.
Qué hambre.
Qué bonita la manera que tienes
de soltarte el pelo
después de soltar tus pasiones.
Y tus miedos,
y tus monstruos,
y los míos,
y mis ganas,
y las tuyas,
y nuestra música particular.
Cómo te echo de menos.
Desde que llegaste me da igual el frío,
y el calor,
y ese entretiempo inexistente en esta ciudad.
Desde que llegaste cogiste las riendas de las estaciones
y del viento,
de los trenes y los autobuses que me llevan a tu encuentro:
de la carretera que, en parte, doy gracias por atravesar a veinte kilómetros por hora
porque me permite abrazarte un rato más.
El invierno más cálido,
el verano más sofocante.
Todo al ritmo de tus caderas.
Er(i)s.
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