jueves, 16 de mayo de 2013

Vértigo, que el mundo pare

Hay veces, lugares, momentos en los que deseo que, aunque fuera por un segundo, hubieran dejado de vibrar mis cuerdas vocales y haber evitado así decir algo de lo que arrepentirme profundamente más tarde. Momentos en que necesito con todas mis fuerzas que la ira del Zeus al que robaron la llama rapte mi voz como si de una Europa cualquiera se tratara, y la reemplazara por bondad y templanza. Hay ocasiones en las que más me valdría ser muda, o sorda.
Quizá conseguiría así ignorar la fuerza que en mi interior hace que explote, que rompa con lo políticamente correcto, con el respeto, o con lo que quiera que sea que deba decir en cada momento para no resultar arrogante o infantil. Hay veces que el vaso se colma, y el grito pasa de ser mudo a desgarrador, y de romperme por dentro a hacer pedazos cristales. Hay momentos, en los que necesitaría encontrar la paz, la calma en este mar caótico y ver la balsa para llegar a la orilla, o simplemente aprender a implosionar. Debe ser que lo que te lleva por bandera, tranquilidad, es el curso de la vida, y sólo eres alcanzable llegado su fin. Qué miedo que ese fin llegue demasiado pronto, o demasiado tarde. Qué miedo no aprender a tiempo. Qué miedo a estar demasiado alto cuando todo acabe. Vértigo, que el mundo pare.

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