martes, 6 de enero de 2015

La infancia no muere

Hoy acaba un periodo del que podría destacar muchas cosas. Sin embargo, quiero ceñirme a lo que es el día de hoy: para mí, siendo republicana, es muy importante desear la llegada de no uno ni dos, sino de tres reyes a mi casa. Y no es importante por los regalos, ni por las chucherías, ni por tener que madrugar habiéndome acostado molida (aunque eso también influye). Todo es por escuchar el sonido del cascabel, aquel que tanto me marcó cuando vi la película de Polar Exprés. Si no la habéis visto, la recomiendo encarecidamente.

En un día como el de hoy, pero sobre todo como el de ayer, la gente y la ciudad viven una metamorfosis. Empiezas a ver niños por todas partes, niños con arrugas, niños con pañales, niños con móvil de empresa, niños con bastón, niños con taca-taca... No importa su edad biológica por un día. Los pequeños disfrutan de la magia que desprende el ambiente, de la sensación de incertidumbre acerca de lo que va a pasar a continuación. Todo son luces y colores, dulces, y un frío que ya no es tan frío cuando dentro te arde la llama de la ilusión. Porque todo es eso, ilusión. Ilusión de despertarte y ver a través del cristal del salón las luces del árbol encendidas, abrir la puerta y encontrar el suelo cubierto por globos. Y ahí, justo en el sitio donde has soñado un par de horas antes, aquello por lo que pensaron en ti.
Admito, como me ha dicho un eterno niño hace no mucho, que el día seis no me acostaré nunca más contenta que el cinco por eso mismo, por la ilusión. Por eso mismo me niego a que me abandone el sentimiento que hace que se le llenen los ojos de lágrimas a ese armario empotrado que tengo por padre; que hace correr a mi madre de un sitio a otro (y no por cuestiones de trabajo, aunque parezca increíble); que nos anuda la boca del estómago en definitiva.
No es hasta este día cuando considero que comienza mi año, con un mensaje positivo y muchas ganas de ir a por todas. Que nunca dejéis de escuchar el cascabel.

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