jueves, 17 de octubre de 2013

Podrá no haber en el mundo poetas, pero siempre habrá poesía

El tiempo se va, las cosas ya no son lo que eran, las personas cambian, la lucha decae, las manos se bajan, las voces se callan. El amor ya no es una utopía, sino una carga, una excusa que algunos desaprensivos utilizan para justificar lo injustificable. El cielo se nos viene encima.


Caminamos deprisa y sin cuidado de dónde ponemos los pies. Pasamos por alto detalles que realmente son obras de arte, vistas pero no observadas. Miramos a los ojos a la gente que tenemos cerca y no vemos nada, ni siquiera nuestro propio reflejo. Todo es conspiración, todo es mentira, todo el mundo esconde algo. Incluso la música, ese arte de medir el tiempo y acompasarlo con nuestros pensamientos se ha vuelto algo banal, comercial, completamente vacío de significado y más parecido al ruido de un teléfono sonando que a una expresión de sentimientos. ¿Hasta dónde pensamos llegar?

Octubre se me está escapando de las manos y no puedo remediarlo. Las hojas de los árboles se me escurren entre los dedos, no me da tiempo de atraparlas. El café se me enfría antes de tomarlo, ni siquiera tengo tiempo para eso. Quizá necesitemos un metrónomo antiguo, capaz de marcar el tempo más lento, más tranquilo, más clásico. Quizá tengamos que aprender de una vez por todas a olvidarnos de todo lo que una vez nos hizo daño, y a amar como amó Cleopatra.

“La lengua se me hiela, y un sutil
fuego no tarda en recorrer mi piel,
mis ojos no ven nada, y el oído 
me zumba, y un sudor 
frío me cubre, y un temblor me agita
todo el cuerpo, y estoy, más que la hierba,
pálida, y siento que me falta poco
para quedarme muerta.” 
                                                        Safo

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