sábado, 22 de noviembre de 2014

Toda la culpa es del café, que me recuerda a tu sabor

Y de repente, desperté.
Me di cuenta de que, a veces, es bonito dejarse llevar. Es bueno dejar que el mundo pase por ti en lugar de intentar dejar constancia siempre de que tú has pasado por el mundo. Está muy bien lo de dejar que se preocupen por ti de vez en cuando.

Tengo menos de media hora para salir, estoy atacada de los nervios y no tengo ni la mitad de las cosas que debería haber tenido, hechas. Pero es que necesitaba compartir esto: hay ojos que despiertan en mí más cosas que el café. Es esa mirada la que, en mitad de la noche, hace aflorar de nuevo un insomnio que creí con complejo de bella durmiente. Es esa mirada la que me hace enloquecer, porque sabe sonreír. Es una enajenación mental constante e inevitable, la posibilidad de superar los días que parecen querer robarte todo el calor que te quede. Es la tranquilidad de estar en casa en mitad de una carretera, es un muro infranqueable, una brújula, un hogar. Es el lugar donde descansar cuando amanece: es ella.

«Lo contrario de vivir, 
es no arriesgarse»

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