martes, 17 de noviembre de 2015

Bajo piel

Ando sobre suelas anchas,
me da vértigo poner más peso en un lado
que en otro de mi cuerpo,
y resbalar de la cuerda floja que es mi vida.

Tengo esa manía de escuchar hardcore rock
cuando estoy triste:
poner la canción en la que menos se entienda la letra
al volumen más alto que me permitan los auriculares,
hasta suicidar
mi odio interno.

Lloro poco para todo lo que lluevo.
Río mucho para todo lo que lloro.

Encuentro oro
entre los adoquines del callejón más asqueroso,
y lo dejo ahí
para que lo encuentre alguien
que merezca más que yo.
Que merezca ilusionarse
más que yo.

Alguien
que no se sienta tan hueca.

Tropiezo mucho conmigo misma
y me grito que soy gilipollas,
y que el semáforo ya se ha puesto en rojo,
y que no voy a poder pasar de página
por
mi
puta
propia
culpa.

Suelo responderme con silencio,
reflexionando acerca de por qué no he avanzado mientras podía.

Y me arrepiento
de no andar cuando tengo la oportunidad.

Pero
me he cansado de caerme.

Cada vez que te abrazo
y siento tu corazón.
Me pregunto si sentirás el mío.
Si es así, avísame:
creo que habla más contigo que conmigo.

La misma vida me da una colleja
cada vez que sale el sol en primavera,
porque jamás consigo controlar mi deseo
de que las cosas cambien.

Y vuelvo a llover,
y trueno. Y rayo
las pizarras con las uñas,
y araño espaldas,
y grito hacia mis adentros que todo pare.

Pero nada para.
Pero para nada.

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