lunes, 22 de julio de 2013

Todos los motivos que tengo y pienso callarme

Las furtivas miradas que te tienen como objetivo y, rebotando en el argénteo satélite, nunca llegaron a producirte siquiera un escalofrío. La preciosa sombra de tu silueta preparándote un café, mezclando tu olor con él, entrando en mí como el aire, haciéndome enloquecer.
Tus caricias, tu pelo enredado entre mis manos, las torpes embestidas del tiempo contra lo que prometimos que nunca iba a ceder. Lo que unos definieron un día como una reacción química y lo que nosotros definimos como el árbol en que se transformó la semilla que plantamos con un beso: la locura desatada, el deseo. La desesperación por ahogar el grito del desaliento y querer volver a volar, quedando a merced del viento y del mar, a merced de la marea que un día consiguió llevarse consigo nuestros complejos y traer nuevas esperanzas desde otra perdida orilla. El garbo con el que el orgulloso es capaz de esconder un sentimiento, la vulnerabilidad del sincero. La diferencia entre el ilusionista y el mago, el deseo y la añoranza, el cariño y el amor. Queremos seguir viviendo aunque el mundo nos duele, queremos seguir luchando aunque fuera nos advierten. El problema viene cuando la atención se va a la historia y no al presente, cuando lo que de verdad cuenta son los gritos de victoria y no los incompetentes que hicieron a la gloria pasajera, y al sufrimiento permanente.

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