Llueve.
El cansancio se puede masticar,
las chispas han saltado entre la hojarasca
y yo me he escondido de los truenos,
de la lluvia,
de la tormenta que es mi vida.
Llueve.
La música ha perdido,
y yo con ella,
la capacidad de relajarme.
El estrés me puede
y la realidad me ha atravesado las sienes.
El vapor del desastre de tu adiós
ha empañado mis cristales.
Salgo a la calle
y la tristeza me seca la garganta.
Me arranco el grito del pecho
y dejo atrás los escalofríos,
los remordimientos
y la escena de guerra
que me ha alcanzado hoy.
Y justo cuando me he decidido
a dejar caer el diluvio sobre mis hombros,
ha dejado de llover.
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