domingo, 11 de octubre de 2015

Vértigo

«Quédate.»
Me decías.
Y, mientras,
tus labios buscaban mis labios,
mi cuello y mis manos.
tus dedos, mis piernas.

Tú,
a mí.


«Quédate.»
Me pedías.
Respirabas hondo
y me esnifabas.

«Quédate.»
Me gritabas.
«No puedo respirar en esta ciudad,
tu cuello es lo único que camufla
este olor a mierda y a nostalgia.
Seamos animales una vez más.»

Abrías lentamente las piernas
y los labios.
Y, mientras,
entonabas esa canción única
a la que sabías que me rendiría.
Y capitulé.
Y ardimos.

Jamás sentí tanto vértigo 
como el día que llegué al filo de tu sonrisa.







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