lunes, 19 de agosto de 2013

A mi Ítaca particular

Vuelves. Y sientes cómo han cambiado las cosas. Ahora tienes muchísimas más preocupaciones a parte de llegar a tiempo a la hora a la que has quedado, o de asomarte por el balcón y ver a tus amigos ahí, y correr a buscarlos para abrazarlos y preguntarles cómo han pasado el año.
Ahora es todo bastante más distinto. Casi nunca consigues verlos a todos juntos, e incluso puedes pasar semanas sin saber de alguno de ellos. Sientes cómo el grupo humano con el que creciste y cimentaste tu personalidad y a ti como persona se ha roto, cómo la edad hizo estragos demasiado pronto en todos, cómo el vello en las piernas no fue sólo símbolo de madurez sino también de separación. Sin embargo, hoy también vuelvo. Hoy vuelvo y siento cómo pasó mi infancia entre ratos de piscina, baños a deshora, y ratos jugando a las cartas congelados, muertos de miedo porque sabíamos que alguno de los que aún no había salido de la piscina saldría de un momento a otro y te atacaría por la espalda en forma de koala y acabaría con tu calma. Vuelvo y siento cómo queda aún trozos de mi pierna, ADN esparcido por el borde de la piscina, recuerdo con orgullo el día que me quité los manguitos, y las mañanas en las que debía levantarme temprano para ir a las clases de natación. Hoy vuelvo y veo cómo crecimos poco a poco o a pasos agigantados, escucho las risas de los primeros “chistes verdes” que habíamos oído a nuestros hermanos mayores, leo nuestras pintadas, escucho nuestras canciones. Vuelvo y recuerdo mi infancia. Veo cómo has sido capaz de unirnos a todos una vez más después de tantísimo tiempo y sonrío porque, a parte de habernos unido a todos, encima estaba ella.

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