lunes, 26 de agosto de 2013

Tú reías y en tu risa yo me veía caer


Las vueltas siempre fueron mejores que las idas. Cuando vuelves, vuelves con las ideas claras, o con muchos más líos que con los que te fuiste. Con nuevas melodías y poemas en la mente, tarareando esa canción que volvía locos a tus padres y que de pequeño no entendías.
Has conseguido que los escalofríos sean parte de tu día a día, has conseguido que lo cotidiano te sorprenda, y que lo aburrido sea emocionante. Mirar a las parejas pasear tranquilas y aparentemente felices por la playa ya no es un problema, has logrado aumentar tu grado de amor propio: lo que antes echabas de menos (estar bien, quererte) es tu realidad. Has aprendido que la condición perfecta para hacer lo que ella te pide, y para que sonría obviamente, es un beso. Has gritado su nombre en tu cabeza mil y una veces, has deseado que el tiempo se parara cuando estaba a tu lado, has podido llenar océanos con deseos de estar juntos. Te has encontrado solo, pero has apretado los dientes y has salido adelante. Has salido corriendo después de gritarles que son unos asesinos.  Ya ves, has aprovechado el tiempo al máximo, o lo has dejado huir lastimosa e irremediablemente. Has basado tu defensa en que has decidido no existir si no te mira. Pero mírate, has vuelto, lleno o vacío, riendo o llorando, siendo tú o siendo otra persona, pero, ¿no es lo más importante volver, para poder volver a irse? 

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