martes, 1 de diciembre de 2015

Sabor a cicatriz

En un círculo,
más o menos vicioso,
de autocompasión
y desdicha provocada,
yo.

Me duelo
con el corazón de un niño que se da cuenta
de que ya no lo es;
con la templanza
de quien lleva rompiéndose
toda la vida.
La realidad se convierte
en un escupitajo de sangre
cuando respiro.

Guardo en mi pecho
todos los consejos que no pedí
y me dieron.
Que no pedí,
y me dolieron.
A los que dolí,
y que no pidieron disculpas.

Y te prometo que algún día
me estallará.

He cambiado el tratamiento de mis heridas:
dejé la música
y el alcohol de 96 grados.
Ahora solo tomo poesía,
a palo seco,
aliñada con las ganas
de cambiar el nueve y el seis de orden.

He sido una hija infeliz del sistema
de consumo de sentimientos,
y necesidades adquiridas de occidente.
Te he visto follar con calcetines,
fallar con convicciones,
follar sin razones
y fallar,
y fallar,
y fallar,
y fallar.

Hasta quedarte sin voz de pedir disculpas,
con la boca cerrada,
los ojos abiertos,
el puño cerrado
y el corazón dentro.



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